Borrar
Directo Portugal - España, en directo

'To a T': El vuelo imperfecto

Crítica ·

La última obra de Keita Takahashi convierte un glitch en rito cotidiano, una anomalía en celebración pop, pero entre la ternura y el tropiezo, su mensaje sobre la diferencia se tambalea

Martes, 3 de junio 2025, 08:59

Cuando alguien se queda congelado en mitad del recreo, brazos extendidos en cruz, los demás se ríen. No porque entiendan lo que ven, sino porque han aprendido que lo distinto da risa. El cuerpo, convertido en signo de error. El gesto, reducido a glitch. En los videojuegos, la T-pose es una postura predeterminada, un estado cero del avatar: sin textura, sin emoción, sin historia. En to a T, sin embargo, ese fallo estructural se convierte en el eje mismo del juego. Aquí no hay error: hay existencia. Y eso, por sí solo, ya es una rareza.

To a T, del estudio uvula y con la sensibilidad siempre desconcertante de Keita Takahashi, nos sitúa en un pueblo costero de los noventa, un espacio donde lo cotidiano esconde pequeñas fracturas en la lógica. Nuestro protagonista —cuyo cuerpo está atrapado de forma permanente en una T— convive con un perro leal, una madre entregada y una sociedad que, con una mezcla de compasión y torpeza, intenta adaptarse a su presencia. El juego, dividido en ocho episodios, nos lleva de la mano a través de desayunos, visitas al baño, paseos por el colegio y súbitos estallidos sobrenaturales. Es un juego sobre lo pequeño, lo ritual, lo casi invisible. Y también sobre la violencia de lo que no se dice.

La forma de jugarlo refuerza esa disonancia. El movimiento de los brazos del protagonista, manejados por los joysticks y los botones del mando, no es suave ni natural. Es un ballet torpe, forzado, lleno de fricción. Hay que girar, inclinar, tensar los dedos. El juego no pretende que sientas libertad, sino que sientas peso. Cada gesto implica esfuerzo; cada tarea, una coreografía entre la voluntad y el límite. En este sentido, to a T encuentra en la torpeza su principal vía de expresión: no como obstáculo, sino como lenguaje. Es un diseño que te obliga a pensar el cuerpo, a experimentarlo desde la disfunción y la creatividad.

Sin embargo, donde el juego se vuelve más ambiguo es en su manera de afrontar esa diferencia. Porque to a T no solo quiere hablar de cuerpos que no encajan: quiere también hacerlo de forma adorable. Y es ahí donde su discurso se tambalea. Los números musicales que irrumpen en cada episodio —con letras pegadizas y coreografías entre lo naïf y lo delirante— funcionan como bálsamos, como treguas emocionales. Son bellos, sí, y extrañamente hipnóticos. Pero también pueden leerse como estrategias de evasión: la música calma, dulcifica, anestesia. Nos invita a cantar «you are the perfect shape» mientras el personaje es acosado, desplazado, infantilizado. ¿Puede un número musical reemplazar a la política?

Lo musical, en ese sentido, es la mayor contradicción del juego: su forma de celebrar lo diferente termina por encerrar la diferencia en un envoltorio de purpurina. Como si bastase con cantar para ser aceptado. Como si el dolor de vivir en un cuerpo que desafía la norma pudiera resolverse con una canción. No se trata de pedirle gravedad a un juego ligero, sino de señalar que su ligereza a veces roza la irresponsabilidad. El bullying está, pero sin matices. La escuela es hostil, pero los adultos sonríen. El trauma se roza, pero se disuelve. El vuelo llega, pero no cambia nada.

Aun así, hay momentos donde to a T roza algo más profundo. En la rutina matinal, por ejemplo, cuando el protagonista desayuna con utensilios especiales. O cuando su perro le ayuda a subirse los pantalones. En esos gestos mínimos, el juego alcanza una potencia emocional rara. Porque ahí la diferencia no se adorna ni se esconde: simplemente se vive. Como si el juego recordara, de pronto, que la verdadera revolución está en las tareas invisibles. En hacer del día a día una forma de resistencia. En convertir el acto de lavarse los dientes en un manifiesto silencioso de autonomía.

Pero incluso en esos logros, el juego nunca resuelve del todo su tensión interna. La de ser, a la vez, una historia sobre diversidad y un espectáculo de colorines. La de querer hablar de exclusión sin incomodar a nadie. La de intentar incluir sin representar. To a T emociona, pero también desconcierta. Abraza la diversidad, pero la reduce a forma. Se disfraza de glitch, pero no termina de aceptar el fallo.

Y sin embargo, quizá ahí reside su valor. En no ser unívoco. En no ofrecer respuestas limpias. En ser, como su protagonista, un cuerpo que no se pliega, que no cabe, que no termina de encajar. Hay algo honesto en su torpeza, algo revelador en su desajuste. Como si el juego supiera que no puede hablar desde dentro de una experiencia que no ha vivido, pero aún así decide intentarlo, aunque sea cantando.

En un instante del juego, cuando el protagonista se eleva por los aires, cuerpo en T, cortando el cielo como una hélice de carne y vértigo, la obra por fin se permite una metáfora poderosa: la rigidez como vuelo. El error como poder. La anomalía como forma de estar en el mundo. Es un momento hermoso, pero también ambiguo. Porque volar está bien. Pero aterrizar en un lugar que te reciba, eso es lo difícil. Y ahí, el juego calla.

To a T es una rareza entrañable que no siempre acierta, pero que merece atención. No por su mensaje, que tambalea, ni por su diseño, que a ratos exaspera. Sino por su gesto: el de intentar pensar la diferencia sin pudor, sin solemnidad, con ternura y torpeza. Y eso, en un medio que aún teme lo incómodo, ya es una forma de vuelo. Aunque sea con los brazos en cruz.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo 'To a T': El vuelo imperfecto

'To a T': El vuelo imperfecto