Hace casi diez años, el sábado 13 de junio de 2015, Juan Mari Aburto se estrenó como alcalde de Bilbao. Aquel era otro mundo. Comenzaba ... la recuperación de la gran crisis financiera de 2008 y el reto entonces era relanzar la dinámica ascendente de una ciudad que se había reinventado con el cambio de siglo. El reto era, en fin, mantener y acelerar la inercia virtuosa que había desencadenado el 'efecto Guggenheim'. Después de quince años trepidantes con Iñaki Azkuna, y el epílogo de Ibon Areso, agarrar esa makila era todo un desafío en términos de liderazgo, carisma y proyección.
¿Qué ha ocurrido en Bilbao durante esta última década? El paro, superada la recesión, ha bajado del 17,8% al 9,5%; en buena medida, por el auge del sector servicios. Y ese sector servicios ha sido a su vez propulsado por el aumento del turismo, que se ha disparado al alcanzar el pasado ejercicio los 1,24 millones de visitantes, un 50% más que los registrados en 2015. Tiene algo que ver en ello que la ciudad haya apostado por el cultivo de los grandes eventos -las finales de rugby, la salida del Tour, la Europa League...-, que le dan visibilidad y brillo internacional. Que le dan un lugar en el mundo. Porque la mitad de la gente que llega a visitarnos viene del extranjero. También es cierto que el fenómeno, la eclosión turística y la llegada de personal foráneo, es prodigio común y reconocible en buena parte de España.
Tanto turismo (ya supone un 8% del PIB de la ciudad) tiene su cara b, su lado pernicioso, y no solo por la terciarización del tejido productivo, con empleos de menos calidad. ¿Cosas malas? El auge de los pisos turísticos ha tensionado aún más el mercado de la vivienda, inaccesible para buena parte de la población, lo que ha obligado al Ayuntamiento a endurecer su regulación; las asociaciones vecinales del Casco Viejo han lanzado alertas por la turistificación, por los ruidos y por cómo la hostelería insípida de rasgos clónicos se está comiendo el comercio tradicional y la identidad de ciertas zonas. En realidad, el tejido comercial en los barrios está languideciendo en favor de un centro donde proliferan las grandes firmas y las franquicias. Aunque esto también es algo que pasa en casi todas las ciudades.
En lo que se refiere específicamente a la gestión municipal, el Ayuntamiento ha impulsado inversión pública, pero con frecuencia no ha logrado la necesaria complicidad del ámbito privado para dar brillo a sus grandes proyectos. Desde el primer mandato de Aburto hay dos afanes recurrentes: darle más actividad y nuevos bríos a la Ría como eje vertebrador de la ciudad; y recuperar Artxanda como gran pulmón verde y lugar de ocio familiar. A estas alturas, en relación a la Ría, se han elaborado informes y estudios abundantes, y se han firmado acuerdos entre distintas administraciones, pero la actividad sigue siendo esencialmente la misma que había. Nada de estructuras flotantes para acoger negocios como en otras ciudades con situación parecida, ni transportes acuáticos, ni novedades imaginativas como se lleva años anunciando.
Herencias y tiempos
En Artxanda, Bilbao ha hecho inversiones potentes de presupuesto público con el paseo-mirador, el parque del Encuentro, las pasarelas que suben desde Elorrieta... Pero sigue sin ser el foco de atracción que se busca porque no se ha logrado revitalizar la hostelería allí, ni hay esos elementos que se proyectaban en el plan de reactivación: bungalows, espacios para deportes extremos, granja escuela... El Ayuntamiento compró el edificio Nogaro en 2021 para ser elemento clave en el resurgimiento de la zona, pero aún no tiene un uso previsto y hace funciones de almacén.
Tampoco acompañó la iniciativa privada en la reconstrucción de La Nueva Casilla, un proyecto ambicioso para la dinamización de esta parte de la ciudad que tras un largo proceso de sondeos y consultas al mercado, terminó con la licitación desierta. Ahora se está buscando el modo de hacerlo atractivo para que alguna empresa se anime.
Sí ha culminado Aburto un proyecto muy importante heredado de su antecesor, la primera gran obra que licitó al poco de tomar la makila: la estación Intermodal, que por entonces se conocía como la nueva Termibus. Su estreno en 2019 supuso un cambio radical en la zona y un avance importantísimo para la movilidad en la villa, que desde hacía décadas soportaba la presencia cronificada de una estación de autobuses poco digna.
Aunque si se habla de herencias, hay que abrir un capítulo especial y complejo con dos megadesarrollos: la isla de Zorrozaurre y el soterramiento de Abando. Quizá las dos actuaciones en las que más se juega Bilbao su futuro. Y también son las que más melancolía generan en la ciudadanía por una asombrosa dilatación de los plazos.
Sobre todo, lo de la llegada del tren de alta velocidad (TAV). Lo siguiente da fe de la magnitud del desatino en términos temporales: en 2015 el alcalde Aburto defendía que la llegada del tren a la ciudad, si era soterrada, supondría, si acaso, un retraso de un año en el estreno, de 2019 a 2020. Ahora, en 2025, ni se sabe lo que va a costar el soterramiento ni quién lo va a pagar y mucho menos cuándo va a estar listo. La situación, hay que dejarlo claro, no es achacable al Ayuntamiento. Pero sí denota una evidente falta de influencia de Euskadi en Madrid, donde se toman las grandes decisiones.
Impulso en la isla
El desarrollo de Zorrozaurre es otra cosa. En los últimos diez años ha tenido un cambio radical. La península se ha convertido en isla, se han urbanizado las puntas norte y sur, y han crecido los desarrollos residenciales tanto en estos emplazamientos como en la margen derecha del canal de Deusto. También se ha estrenado el gran paseo que discurre por ahí y que ya forma parte de la rutina de miles de bilbaínos. Y se ha logrado la implantación de tres centros formativos: Kunsthal, As Fabrik y Digipen, que dan juventud al entorno. Los dos primeros están en inmuebles cedidos por el Ayuntamiento.
Sin embargo, la gran ambición municipal es atraer implantaciones empresariales, servicios avanzados a la industria, centros de investigación. En definitiva, un tejido productivo de alto valor añadido que tome el testigo a la vieja industria pesada. Este es quizás el mayor 'debe' en la cuenta de resultados de estos diez años. Bilbao no está logrando que lleguen grandes firmas con empleos de calidad, aunque tampoco lo está logrando Euskadi en general. Ciudades como Málaga, sin embargo, sí están triunfando.
Una apuesta para estimular ese ecosistema en la ciudad es el centro de emprendimiento de la Torre Bizkaia, estrenado en 2022 y en el que están implicados el Ayuntamiento y la Diputación; ahí hay puestas esperanzas en este sentido.
Que no lleguen empresas y, por lo tanto, nuevos empleos, unido al hecho de que el plan de potenciar una ciudad universitaria tampoco está cosechando los éxitos esperados, tiene un efecto adicional: Bilbao sigue envejeciendo y la tercera parte de los hogares está ocupado por una sola persona. La media de edad se acerca a los 50 años y eso supone unos retos importantes.
Entre ellos, los urbanísticos. Aquí sí se ha mejorado mucho en bienestar. Durante la última década la ciudad se ha hecho más amable. Se ha limitado la velocidad a 30 km/h, hay más zonas peatonales, aceras más anchas, más bancos, más parques, más zonas verdes... Pero, sobre todo, más ascensores. Ya suman 77, que dulcifican la vida a la gente, sobre todo, a la hora de acceder a los barrios altos; hace diez años apenas llegaban a 30.
Mal momento
Por lo demás, le ha tocado a Aburto capear tiempos convulsos. Ha tenido que afrontar una pandemia -con sus medidas excepcionales, sus planes de ayudas y sus dramas humanos-, y ahora una crisis migratoria. La llegada de cientos de personas, sobre todo desde el norte de África, ha colapsado los servicios sociales y se ha disparado la cifra de personas sin hogar. Crece el chabolismo y la okupación de pabellones. En estos asentamientos sobreviven jóvenes extranjeros para los que no se encuentra salida pese a que la ciudad, y Euskadi en general, necesita juventud. La exclusión siempre impulsa la conflictividad, y cada año crece la preocupación por la seguridad. Bilbao es la única capital vasca donde la ciudadanía identifica este como el principal problema de la ciudad.
Una ciudad que, eso sí, es rica. No solo es que siga sin deuda, sino que cada año crece el dinero que tiene metido en la 'hucha' para proyectos futuros. Ya son 171 millones los que se han juntado de remanentes. Tiene Aburto fama de buen gestor, y estas cuentas saneadas son reflejo de ello. También vendrá muy bien todo ese dinero para hacer frente a los desafíos futuros. Los desafíos recurrentes. Con especial mención al soterramiento de Abando, que será caro. Incluso muy caro.
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