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En el corazón de La Rioja, ese territorio donde la historia se bebe en copa de cristal, el lunes se celebró un encuentro que podría haberse contado en francés, pero que se entendió mejor con acento jarrero: Haro y Borgoña, dos patrias del vino, sellaron su hermanamiento con el lenguaje universal del terroir, la tradición y la madera envejecida. No hubo tambores ni salvas, pero sí botellas abiertas con la precisión de un cirujano del gusto, y paladares entregados al arte de la cata.
Bajo el solemne nombre de BEIWE –Barrio de la Estación International Wine Encounters–, en su tercera edición, seis bodegas del Barrio –CVNE, Muga, RODA, La Rioja Alta, Bilbaínas-Viña Pomal y Gómez Cruzado– recibieron a seis grandes nombres de Borgoña: Maison Albert-Bichot, Maison Olivier Leflaive, Ropiteau Frères, Maison Joseph Drouhin, Maison Louis Jadot y Domaine Laroche & Maison Champy. Algunas con más de trescientos años de historia, otras, con generaciones de viticultores tatuadas en las barricas. Todas con algo en común: la certeza de que el vino no se hace en laboratorios ni en consejos de administración. El vino, el verdadero, se hace con tierra, paciencia y memoria.
Más de 600 profesionales del sector –enólogos, sumilleres, periodistas, hosteleros que saben lo que vale un vino y mercaderes del gusto– se dieron cita este lunes en ese rincón de la Rioja Alta que aún resiste, con elegancia de vieja gloria, al empuje feroz de la globalización vinícola de usar y tirar. Allí les esperaban las bodegas invitadas.
Maison Albert-Bichot, con raíces en el siglo XIV, se estableció en Beaune en 1912 y hoy, sin perder el aroma de lo antiguo, aboga por la agricultura ecológica como quien defiende una patria. Olivier Leflaive, por su parte, encarna desde hace 18 generaciones la excelencia del chardonnay, con joyas en su arsenal como los Grands Crus Bâtard-Montrachet, Chevalier-Montrachet y Montrachet. Si hablamos de trenes y rieles, Ropiteau Frères comparte ADN con Haro: nació al calor del ferrocarril, y hoy reina entre los grandes blancos de la Côte de Beaune.
Maison Joseph Drouhin es historia embotellada desde 1880, y su territorio se extiende desde Chablis hasta Mâconnais. Siempre fiel a la tradición familiar, pero sin miedo al futuro. Louis Jadot, asentada más al sur, presume de viñedos nobles en Fuissé y Beaujolais, y elabora con la firmeza de quien ha visto pasar guerras, modas y ministros sin mover un ápice su brújula. Y cerraban la comitiva dos casas bajo una misma bandera: Domaine Laroche, con tres Grands Crus y doce Premiers Crus en Chablis, y Maison Champy, la más antigua de Borgoña –con tres siglos a cuestas–, que todavía elabora sus vinos en el corazón de Beaune, como se hacían antes las cosas que valían la pena.
Y mientras Borgoña mostraba sus joyas –un Montrachet que hacía llorar, un Chablis que olía a piedra mojada y a iglesia vieja, un pinot noir que parecía recitado en voz baja–, en Haro, con orgullo, nadie se sintió pequeño. Porque los vinos de La Rioja no pidieron permiso. Se sentaron en la misma mesa.
Las catas fueron liturgias. Verticales, profundas. Muga desempolvó añadas míticas de su Selección Especial. Roda dejó hablar a su Cirsion y al blanco Roda I. La Rioja Alta apostó por sus Grandes Reservas. CVNE enseñó músculo con sus etiquetas más emblemáticas y una exposición que mezcla vino y memoria. Gómez Cruzado habló de Montes Obarenes como quien cuenta la historia de una familia. Y Bilbaínas cerró el círculo con una lección magistral de degüelle manual de espumoso, como si el vino, además de beberse, se pudiera esculpir.
Mayte Calvo de la Banda, presidenta de la Asociación del Barrio de la Estación y enóloga en Bilbaínas, lo resumió sin florituras: «Hermanarse con Borgoña es compartir una manera de vivir la viña». No era retórica. Era una declaración de principios. Aquí no se celebraba una feria. Se celebraba una cultura. Una ética del cuidado. Un pacto silencioso con la tierra.
El BEIWE de 2025 no sólo consolidó la vocación internacional del Barrio de la Estación; firmó, sin ruido ni aspavientos, un tratado entre dos potencias enológicas. Una alianza que se alza sobre la historia, el respeto mutuo y la ambición de seguir siendo, en un mundo cada vez más plano, regiones con nombre propio.
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