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David Uclés, en la calle Bidebarrieta antes de dar una charla en la Biblioteca dentro de la Feria del Libro de Bilbao. Maika Salguero

Los cuatro meses de David Uclés en Bilbao hasta que terminó en la Alhóndiga el libro del año

El autor de 'La península de las casas vacías' subía a Artxanda al atardecer a leer sobre la Guerra Civil; hizo turno en una txosna; caminó bajo la lluvia hasta Begoña para sentir «el fervor»; cantó y tocó en la calle en Unamuno y el Guggenheim...

Sábado, 7 de junio 2025, 01:02

De no ser porque todo se 'complicó' con el explosivo éxito de 'La península de las casas vacías' (ed. Siruela), el fenómeno literario del año con quince ediciones y más de 100.000 ejemplares vendidos desde marzo de 2024, David Uclés (Úbeda, 1990) estaría viviendo en Bilbao. Pasó en la villa cuatro meses, el verano de 2023, hospedado en la casa de una gran amiga, Nora Zubiri, que aparece en su libro junto a la centenaria corsetería regentada por su familia. Tiempo suficiente para saber que quería instalarse aquí, un plan que quedó aparcado porque llegó el huracán, la gira por España... «Con todo este jaleo necesito tener Madrid como centro de operaciones», dice.

Su obra de 700 páginas escrita a lo largo de 15 años ha sido definida como una «historia total de la Guerra Civil donde lo fantástico apuntala la crudeza de lo real» gracias a una buena dosis de realismo mágico. Narra las vicisitudes de la familia de olivareros Ardolento, residente en Jándula (remedo del pueblo jienense de Quesada, donde tiene sus raíces el autor), cuyos miembros recorren entre 1936 y 1939 un país azotado por la guerra. A las abultadas ventas le están acompañando envidiables críticas, como la del hispanista Ian Gibson, conocido por sus investigaciones sobre García Lorca y la contienda española: «Ninguna novela contemporánea me ha conmovido tanto. Estoy asombrado y agradecido».

El jueves lo presentó Uclés en la Biblioteca de Bidebarrieta, dentro de los actos de la Feria del Libro. Venía de la de Madrid, donde tiene ¡16 citas para firmar! y atendió con txapela... «Y entre la boina, la nariz, la cara estrecha y tal, me dicen que parezco vasco», bromea con razón. Fue igualmente en Bilbao pero hace ya un año cuando se percató de lo que estaba pasando con su libro: «La presentación que hicimos en la librería Cámara se llenó de gente, no cabía nadie más, y no había sucedido hasta ese momento». Ya ha sido así siempre.

También pensaban los clientes que el jienense era vasco cuando hizo turno en la txosna ecologista de Bizizaleak en la Aste Nagusia: «Les decía 'aupa' y me contestaban 'bi kali' (dos kalimotxos). Y yo soltaba con mi acento andaluz '¿qué eh bikali?' ja, ja. Me lo pasé muy bien, salí todos los días y eso que no soy muy fiestero. Los sábados como mucho me iba al local de las Fellini en Bilbao la Vieja (Badulake)». Pero, ¿qué le trajo hasta aquí? «Tenía la idea ambiciosa de que el libro fuera para el lector un viaje antropológico. Ya había vivido en Cataluña, Galicia, Andalucía, Madrid... regiones con su propia tierra, cultura, lengua... y me faltaba Euskadi. Así que me mudé con la intención de vivir de primera mano vuestra cultura, de empaparme de ella y conocer bien la zona».

Fue centro de operaciones para viajar a las otras dos capitales vascas y a Gernika, Durango, Portugalete, Mundaka, San Juan de Gaztelugatxe, Irún... «Quería dar verosimilitud a la historia cuando los personajes iban a pueblos de aquí. Y para comprender un poco vuestra idiosincrasia hice una inmersión cultural plena durante esos cuatro meses».

Todo para abordar con mayor conocimiento de causa la «historia de la descomposición total de una familia, de la deshumanización de un pueblo, de la desintegración de un territorio y de una península de casas vacías –reza la contraportada–. Se narran en él cosas extraordinarias, como un soldado que se raja la piel para dejar salir la ceniza acumulada, un poeta que cose la sombra de una niña tras un bombardeo, un maestro que enseña a los críos a hacerse los muertos y un general que duerme junto a la mano cortada de una santa».

En San Juan de Gaztelugatxe.

También cuenta cómo un gernikarra conduce hasta el centro de París una camioneta con los restos humeantes de un ataque aéreo... Hay más huellas del País Vasco. Capítulos como 'El árbol de Gernika', 'La hoguera de tres días', 'El cinturón de Hierro' o 'Los niños etiquetados', el único de todo el libro que le ha hecho llorar, confiesa: «Es difícil emocionarse y llorar mientras uno escribe, pero ese momento fue uno de los más tristes de mi vida». El momento en que 4.000 niños angustiados suben al buque 'Habana' para un viaje solo de ida en muchos casos.

Puro realismo mágico hay en el instante protagonizado por Mariajaia: «Compré una figurita de ella que aún guardo. Cuando los nacionales entran en Bilbao, suben al balcón del teatro Arriaga y un soldado clava su bandera rojigualda en la cara de Marijaia, de donde brota sangre».

Uclés, junto al Árbol de Gernika.

Se dibujó un mapa de Bilbao para aprendérselo mejor y recorrió los barrios de la ciudad: «Me parece súper cómoda para vivir, y me gusta el tiempo fresco». Desde el balcón de la casa donde residió se veía el Hotel Carlton, que sirvió de refugio anti-bombardeos durante la Guerra Civil. Unas ranuras en las escaleras de acceso dan fe. «Me encantaba pasear junto a la ría de noche. Y las diferentes arquitecturas que hay, en pocas ciudades me ha pasado que cada arquitectura sea de su padre y de su madre pero que encajen tan bien. Es una ciudad limpia y cuidada pero al mismo tiempo tiene su toque decadente. Y te plantas en un momento con el metro en la playa o el monte».

Durante su estancia en la villa, acometió las correcciones del libro encomendadas por su editor: «Me iba a la Alhóndiga, a la piscina y luego a corregir. Terminé 'La península de las casas vacías' allí, pues la última parte que abordé fue la dedicada a la toma de Bilbao y Gernika. También escribí mucho en Bidebarrieta, en el Café Nervión de la Naja, y en La Sinsorga, en Ascao. Y por las noches subía en el funicular a Artxanda para leer sobre la Guerra Civil, me colocaba frente a una trinchera con sacos que hay allí, pues aquello formó parte del Cinturón de Hierro».

Tocando en la calle junto al Guggenheim.

Canta y toca la guitarra, el acordeón y el arpa. En su web, daviducles.com, tiene colgados varios vídeos, muchos de ellos grabados en ciudades en las que ha ejercido de músico, a veces callejero. Y tiene facilidad para los idiomas, tanta que, de hecho, es licenciado y máster en Traducción e Interpretación de francés, alemán e inglés. También es dibujante. En Bilbao, estuvo tocando en la plaza Unamuno, en calles del Casco y junto al Guggenheim. «Me costó mucho pero me aprendí de memoria el 'Txoria txori' de Mikel Laboa y 'Gaua' de Lourdes Iriondo. Y luego canto cosas de Aznavour, de Brel... sobre todo folk en gallego, catalán, español...».

Con su amiga Leticia Campos en la txosna de Bizizaleak.

No es creyente, pero le gusta ser testigo del fervor de las gentes de cada lugar. Una noche protagonizó una de esas escenas que darían bien en el cine. Subió caminando bajo la lluvia hasta la basílica de Begoña, como hacen los fieles a la Virgen un par de días al año, en agosto y octubre. «Me interesan las creencias y las supersticiones, que a veces se dan la mano, la idolatría, la tranquilidad que se respira en estos templos. Subí varias veces a Begoña porque me gusta ver a la gente en misa. Aquella noche la lluvia era muy intensa. Al llegar me encontré a los fieles con su patrona y me dije 'hoy soy un poco más vasco'».

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