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La vida es maravillosa, claro. Ya lo sabemos. Pero no lo es todo el rato, esa es la pega. Hay momentos difíciles. No todo es ... tan fácil. Cuanto más listo te ves tú a ti mismo, más tonto les pareces a los demás: esa es la extraña paradoja en cuestión. Que cuanto más serio y grave te pones, más risa das, Lutxo. Muchos no se dan cuenta, pero tristemente es así, viejo amigo.
En fin, estamos Lucho y yo, en la terraza del Torino un día más, viendo pasar la vida, y entonces dice que lleva ya unos cuantos días pensando en Miguel Ángel Revilla, el expresidente de Cantabria y personaje televisivo de éxito popular, asiduo a programas de índole diversa y admirado por su sorprendente facilidad de palabra y su seria comicidad de hombre realista y campechano que se expresa con tanta gramática parda como sentido común.
Ha sido un error, dice Lucho, con pena. Le pregunto: ¿A qué te refieres, Lutxo? Y repite (esta vez negando una y otra vez con la cabeza): Ha sido un lamentable error. Y a lo que se refiere, claro, es a la inesperada demanda del emérito por injurias. Ha vuelto a traer a Revilla a las pantallas, le ha dado vida, le ha dado alas, dice Lucho, llevándose las manos a la cabeza como si no se lo pudiera creer.
Y tiene razón. Le ha dado alas a Revilla, imaginen lo que eso va a suponer, queridos lectores. Sobre todo, después de no haber llegado a un acuerdo en el acto de conciliación. Cuanto más dure este asunto, cuanto más se prolongue en el tiempo la dichosa demanda, más va a volar el alado Revilla por la psicoatmósfera nacional. Conociendo su apego a los micrófonos, me imagino que tiene que estar encantado.
Se entiende que no es muy agradable tener que oír cosas desagradables, naturalmente. Aunque sean verdad, de acuerdo. Pero a veces es mejor hacer oídos sordos. Y no tentar a la suerte. Porque la publicidad puede resultar contraproducente. Menudo filón de fraseología entre aguda y graciosa le va a proporcionar al campechano y locuaz Revilla todo este extraño asunto de la demanda. Yo no entiendo muy bien la oculta intención o el verdadero propósito de esa demanda, pero no hace falta entenderlo para darse uno cuenta de que cuanto antes la retiren, mejor. Es lo que yo creo. Probablemente sea demasiado ingenuo suponer que eso vaya a ocurrir, pero yo quiero suponerlo. Por simple sentido común.
No sé por qué sigo creyendo en el sentido común. Puede que solo sea por nostalgia. O puede que por mero espíritu de contradicción, Lutxo, viejo gnomo. Ahora los filósofos dicen que está en proceso de extinción. El sentido común, digo. Y me suelta: Esperemos que sea para bien.
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