Una progenie irrepetible
Thomas Mann y sus seis hijos. ·
Rara vez una familia acumula tanto talento, dramas y claves para entender la convulsa historia alemana del siglo XXSecciones
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Thomas Mann y sus seis hijos. ·
Rara vez una familia acumula tanto talento, dramas y claves para entender la convulsa historia alemana del siglo XXIbon Zubiaur
Viernes, 6 de junio 2025, 19:55
Para los alemanes cultos, huérfanos de referentes simbólicos desde las hecatombes del Segundo y Tercer Reich, los Mann vienen a ser una especie de familia ... real sustitutoria, fuente inagotable de chismes, libros, documentales y series televisivas. No tiene por qué sorprender: rara vez se habrán acumulado tanto talento, dramas, y claves para entender la convulsa historia alemana del siglo XX. Si ya era excepcional el rango literario de los hermanos Heinrich y Thomas, aún más lo es que los seis hijos del segundo publicaran, y al menos los tres mayores merecen ser leídos por sí mismos. Sin menoscabar en lo más mínimo la monumental obra del padre, es su prolífico desempeño y su compromiso civil el que enlaza mejor con las generaciones actuales y brinda a los Mann ese aura mítica.
Erika y Klaus se llevaban un año, pero gustaban de presentarse como gemelos. Su compenetración asombra tanto más en vista de su dinamismo casi febril: desde muy jóvenes hicieron teatro, cabaret, reportajes, novelas (Klaus) y libros para niños (Erika). Muchos quisieron desdeñarlos por su dandismo, pero en el exilio dieron el callo como ninguno y terminaron de convertir a su olímpico padre en paladín de la democracia. Su propia actividad antifascista fue proteica y eficaz (en revistas y editoriales, conferencias en inglés y panfletos de propaganda), y en sus libros se mostraron lúcidos y benévolos. Varios son imperecederos y algunos están traducidos (acaban de aparecer sus excelentes crónicas de la Guerra Civil: 'El milagro de España'). El final de la contienda mundial los dejó sin causa. Erika aún cubrió los juicios de Núremberg como reportera estrella; Klaus vagó sin sosiego antes de suicidarse en Cannes en 1949. Su hermana nunca lo superó. El generoso Thomas quiso recuperarla contratándola como secretaria de lujo: le ayudó con su obra tardía y en su ejercicio público, pero también se volvió una cancerbera acerba y rencorosa, una deriva cruel de una mujer tan entregada.
A la sombra de los rutilantes «gemelos», el melancólico Golo fue de maduración tardía. Fue también el primer Mann con una sólida formación académica, y tras servir en el ejército estadounidense y en la prensa de la ocupación, terminó por ser uno de los historiadores de referencia en la RFA y una voz respetada: lo bastante conservador para enlazar con la burguesía tradicional, pero sobrado de integridad e incomplacencia para encarnar la nueva era democrática. Frente a la obsesión de entonces por la objetividad y el análisis estructural, siempre entendió su oficio como un arte narrativo. Y sobre todo lo ejerció con enorme brillantez: más clásico que Klaus y Erika, pero menos alambicado que su padre, Golo bien pudo ser el mejor estilista de la familia.
Monika fue la menos apreciada entre los hermanos, pero después de años de dar tumbos (y de perder a su marido cuando un submarino alemán torpedeó el barco que los llevaba a Canadá; a ella la rescataron tras 20 horas en el agua) se retiró a la isla de Capri y publicó cinco libros autobiográficos. La familia quiso prohibirle hablar de Thomas: no se fiaban de ella. Lo cierto es que ni reveló nada notable ni echó leña al fuego.
Tampoco Elisabeth, formada en un principio como pianista, se privó de publicar. Pero en su caso no se la recuerda por sus relatos y ensayos, más bien turbios, sino como miembro fundador del Club de Roma y sobre todo por su compromiso con la defensa de los océanos. Contribuyó decisivamente a la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar y a la creación del Tribunal Internacional competente.
Michael fue un niño problemático y un adolescente propenso a las fugas. Llegó a ser sin embargo un virtuoso de la viola, y estuvo cerca de arruinar su carrera por golpear a su pianista. Asesoró a su padre con el 'Doktor Faustus' y tardíamente se puso a estudiar Literatura. Llegó a catedrático en Berkeley, escribió con exquisita distancia académica sobre Thomas, y fue el primero a quien se encomendó editar los diarios de este. Lo que leyó sobre sí le superó. La noche de Año Nuevo de 1977 falleció de un cóctel de alcohol y barbitúricos; muchos lo atribuyeron a los diarios. Su hijo Frido vela hoy por el legado familiar.
Ser hijo de Thomas Mann resultó para todos una «suerte problemática» (Klaus). Pero en su pasmosa densidad de talento, vaivenes y tragedia, conforman algo así como «un Hamlet colectivo» (Manfred Flügge), que en sus vicisitudes y sus obras nos ayuda a leer el siglo que vivieron.
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