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Todo ser humano es capaz de hacer el mal. Y lo sabe. Y sabe cuándo lo hace. Esa es mi tesis de hoy, dado que ... me he levantado con un pinzamiento lumbar y ya no solo veo torcido sino que también ando torcido y supongo que pensaré torcido. Hacer el mal es fácil. Incluso la persona más sabia y bondadosa puede imaginar maldades sin límite. Si se pecara con el pensamiento iríamos todos, sin excepción, al infierno. De cabeza. Si hubiera infierno, claro. Que puede que no. Incluso el mismo Dios, estoy seguro, lleva ya un tiempo considerando, a la vista de los últimos logros del 'homo sapiens', que su experimento estelar, la vida racional, está resultando algo decepcionante.
Arrasar Gaza, reducirla a escombros, reducir los escombros a grava, limpiarla de gente, allanar el terreno con máquinas apisonadoras para soterrar hasta la última gota de sangre y construir zonas de recreo y hoteles de lujo para turistas ricos libres de viejos prejuicios, te puede parecer un buen plan. Si piensas como Trump, Lutxo, viejo gnomo. Pero si no piensas como Trump, aunque seas conservador y defensor de las viejas esencias, usanzas y tradiciones, a nada que tengas un poco de cabeza, tampoco hace falta que seas Albert Einstein, te das cuenta y sabes que aquí se está haciendo deliberadamente el mal de un modo aterrador y sistemático desde hace mucho. Con cínica arrogancia retadora. Ante los ojos del mundo que calla de manera consciente y vergonzosa. ¿Y por qué calla? Pues porque todavía acatamos la ley del más fuerte. Porque la fuerza bruta impone silencio a la conciencia y la conciencia se achanta, solo por eso, le digo. Y me suelta: Esperemos que sea para bien.
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María de Maintenant e Iñigo Fernández de Lucio
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