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Hasta el cuarenta de mayo, no te quites el sayo, dice el refrán, pero salir con paraguas porque llueve, volver a comer con sol y ... destemplarte al anochecer es el vicio primaveral que te enferma. Nuestro sistema inmunológico, ese portero de discoteca más efectivo que Koldo, impide que nos pongamos enfermos por un virus despistado y a mí, en este momento, me gustaría que mi cerebro tuviera uno que desmontara las creencias, las fes, las esperanzas y hasta las caridades.
Dicen que las conversaciones de whatsapp son privadas y que publicarlas puede ser delito dependiendo de quién lo haga, pero ya no es privado ni el avemaría antes de dormir. Desde que apareció la falsa realidad de la conversación, de la identidad, de la voluntad y de los amigos de Facebook estamos expuestos a toda clase de predicadores, estafadores, malversadores y profetas con mal fario. En este país, donde no se dice la verdad ni al médico, que te publiquen las entretelas debe de escocer como la picadura de un insecto venenoso. Pero no ha lugar a protestar o indignarse, porque las conversaciones son de ida y vuelta y quien escribió fue respondido, y donde dice digo, no dice Diego.
Un colega comentaba letraherido que había sido un señor de izquierdas y más progresista que nadie y que ahora se había vuelto disléxico. Le consolé argumentando que es mejor el desengaño que permanecer en el limbo. La clase política se ha convertido en algo que deberemos rebautizar. Quizás para ello habría que acudir a la historia medieval, cuando la nobleza mantenía al pueblo analfabeto, diezmado por los impuestos que eran empleados en neutralizar al enemigo y con derecho a pernada. Bueno, en esto último hemos avanzado, pero en el resto la involución está servida.
Creo que a nuestros políticos deberíamos darles un curso acelerado de lo que es el desencanto, de sus consecuencias y de la destrucción que conlleva. Ellos cuentan con eso de que la memoria es frágil, pero yo estoy dispuesta a comerme medio kilo de rabos de pasa para que no se me olviden unas cuantas cosas. Decía, al inicio, que desearía un sistema inmunológico para mi cerebro, pero mientras escribía se ha hecho la luz; lo tengo. Mi escudo está en mantenerme al abrigo de la estupidez, en la lectura, en la luz de la sabiduría.
Y para acabar, una cita de Lorca que siempre me acompaña: «Las cosas que se van no vuelven nunca, todo el mundo lo sabe, y entre el claro gentío de los vientos, es inútil quejarse».
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