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Elon Musk llevaba un tiempo planeando su salida de la Casa Blanca de manera relativamente silenciosa. En abril dejó caer que mayo sería su último mes al frente del Departamento de Gestión Gubernamental (DOGE), en lo que se entendió como una forma de apaciguar a los accionistas de Tesla y Space X, y el miedo a que estuviera desasistiendo el control de su marca automovilística, que por primera vez ese mes arrojaba un descenso significativo de beneficios.
En realidad, los republicanos dicen ahora que no, que el archimillonario quería seguir un tiempo más al frente de DOGE, aunque con una cuota mayor de tiempo para atender su emporio.
Sin embargo, el presidente dijo simplemente: «No». El archimillonario fue designado libremente en enero por Trump al margen del Ejecutivo y sin que su cargo lo ratificara el Senado. Un equivalente a los puestos de libre designación o 'a dedo' que, por ejemplo, existen en la política española. Solo que allí es temporal. A Musk esa circunstancia le confirió el estatus de 'empleado especial', pero como tal solo podía ejercerlo un máximo de 120 días según la legislación de EE UU.
Nadie en el gabinete, empezando por su máximo responsable, hizo nada para buscar un rodeo que permitiera al empresario continuar ligado a la Administración. Eso pudo humillarlo. Varios secretarios de Estado se habían quejado previamente de él y Trump le ordenó que dejase de actuar por libre y buscar el cuerpo a cuerpo con el resto del Gobierno.
Fue el primero de los roces en un camino al borde del abismo. Al final, las diferencias entre ellos se han convertido en insalvables. Se cumple el pronóstico dictado por muchos analistas el 20 de enero, durante la investidura de Donald Trump, de que sería imposible a dos egos semejantes compartir el espacio de la Casa Blanca.
DOGE es un proyecto importante para Trump, que en su nueva ley fiscal quiere propulsar un recorte multimillonario del gasto social y gubernamental como propuso Elon Musk en su día. Lo que sucede es que ya no necesita al excéntrico ejecutivo para hacerlo funcionar. Con el cisma entre los dos líderes, es muy posible que muchos de los empleados llevados por el dueño de Tesla a su oficina terminen en la calle, pero también es cierto que otros han arraigado ya en las agencias y departamentos del Ejecutivo. DOGE, de alguna manera, se ha institucionalizado, aunque físicamente sus despachos puedan verse abocados a desaparecer.
Los principales 'cerebros' hace semanas que han salido de esas oficinas y se han incorporado al organigrama general. Por ejemplo, el multimillonario cofundador de Airbnb, Joe Gebbia, seguirá al frente del área que agiliza los sistemas de jubilación estadounidenses, una sección muy importante de racionalización del gasto. Otros directivos han salido de DOGE para ponerse al frente de la Seguridad Social o revisar contratos de Interior en aras a cancelar los que la Administración considera agotados, deficitarios o desfasados de la era Biden. El departamento que creó Musk es, no obstante, un hervidero de tuits y mensajes compartidos entre quienes defenestran a su exjefe –temerosos de ser incluidos en la lista de despidos– o quienes lo defienden, muchos deseosos de salir del gabinete.
La absorción de DOGE por la Administración general ha facilitado que las rencillas entre Trump y Musk salieran a la superficie. Pero hay dos hechos que marcan la ruptura: el descarte de Jared Isaacman, la apuesta del dueño de Space X para dirigir la NASA, y las críticas feroces de éste último al proyecto de ley fiscal que el presidente quiere convertir en el emblema de su mandato.
El fin de semana anterior a su despedida de la Casa Blanca, Musk se quejó a sus asociados de haber donado cientos de millones de dólares para ayudar a Trump a ganar las elecciones. Días más tarde se sintió abofeteado tras conocer que el líder republicano rechazaba la candidatura del multimillonario astronauta privado para ponerse al frente de la Agencia Espacial de EE UU en una decisión repentina.
Para el que fuera asesor favorito del presidente, echar a su patrocinado no solo suponía un desplante personal sino un revés para Space X. Con Isaacman dirigiendo la NASA, Musk pensaba obtener magros contratos en su empresa aeroespacial.
La irritación por la decisión de apartar a su aliado ha propulsado la ira de Musk en una tirada que ha cogido por sorpresa al propio presidente tanto como a sus cargos ejecutivos de la Casa Blanca, tras meses de una alianza que parecía a prueba de todo. El hecho de que la decisión fuera tomada el 30 de mayo, el mismo día de la despedida de Musk en el Despacho Oval entre grandes elogios, parece haber incrementado aún más su agravio con el presidente.
Entre las razones que la Casa Blanca adujo para retirar al veterano astronauta –que ha viajado dos veces a bordo de la nave de Space X– es que había realizado donaciones a los demócratas, algo que al parecer ya se conocía con antelación. La información que trascendió durante su confirmación en el Senado de que Isaacman había sido detenido en la frontera canadiense por emitir un cheque fraudulento, y demandado cuatro veces por el mismo delito, ha sido otro factor adicional de peso en la decisión de rechazar su candidatura.
Aunque este hecho ha sido el desencadenante final del cisma político más sonado en la historia de Washington, las tarifas arancelarias que el dirigente estadounidense aplicó en todo el ámbito internacional, desde México y Canadá hasta China y la Unión Europea, ya habían generado un profundo malestar en su confidente y asesor. El propietario de Tesla no tuvo inconveniente en mostrar su desacuerdo en público con estas tasas y recientemente criticó en X al consejero del Gobierno en comercio, Peter Navarro, por una política que ha perjudicado considerablemente sus negocios.
A Trump le disgustaron las críticas del que había sido su «primer amigo» desde las elecciones. Le enfadó que Musk denostara su principal arma de guerra económica con el mundo –de la que se pavoneó en sucesivas firmas de decretos arancelarios– y que volviera a enfrentarse con Navarro, protegido suyo.
Con todo, ha sido la cruda arremetida contra el proyecto de ley fiscal en el último tramo de su debate antes de su aprobación en el Congreso lo que ha caído como una bomba y dinamitado todos los puentes. Los dos antiguos aliados saben que es de las cosas que hacen daño. El torpedo lanzando por Musk sobre esta norma puede sembrar entre millones de estadounidenses la creencia de que se trata de una ley pésima que llevará al país a la «bancarrota». Y envalentonar a los republicanos silentes que la ven con malos ojos.
El presidente de la Cámara, Mike Johnson, que ha venido vendiendo la mega-legislación como una ley «que transformará una era» en la reducción del gasto, se ha enfrentado a graves dificultades para conseguir todos los votos republicanos en su hemiciclo. El proyecto de ley será sometido ahora al escrutinio del Senado, donde muchos conservadores han dado ya la voz de alerta sobre el enorme gasto que presenta sin ninguna disposición para reducirlo.
El 31 de mayo y el 1 de junio Musk analizó su salida de la Casa Blanca y el rechazo a su nominado en la NASA en Missoula (Montana). Disfrutó de un complejo de lujo en la naturaleza como invitado a un congreso para ejecutivos de tecnología e inversores. Allí, entre tiendas de campaña, cabañas de madera y un tránsito constante de triunfadores de las startups, mantuvo largas conversaciones con el anfitrión, Peter Thiel. El famoso gurú tecnológico e inversor de fondos, con un fuerte ascendiente sobre la denominada oligarquía tecnológica y la derecha trumpista. Al día siguiente, Musk soltó su primera bomba cuestionando el proyecto fiscal del presidente. Y poco más tarde, lo denominó «abominación».
El representante Thomas Massie, una de las dos deserciones republicanas en la votación en la Cámara de Representantes, se apresuró a divulgar la diatriba del empresario añadiendo: «Tiene razón». También el senador Rand Paul, criticado por Trump por su oposición a la legislación, recogió el relevo diciendo: «Estoy de acuerdo con Elon. Ambos hemos visto el derroche masivo en el gasto del Gobierno y sabemos que elevar a 5 billones el techo de la deuda es un gran error. Podemos y debemos hacerlo mejor». El senador Mike Lee se unió a la revuelta y opinó que el Senado debe mejorar el proyecto de ley.
A raíz de su salida del Gobierno, el propietario de Tesla se ha embarcado en una campaña mediática para rehabilitar su credibilidad dañada en estos últimos meses de intenso activismo político. Y ha otorgado incluso entrevistas a medios de comunicación que antes evitaba, en los que trata de calmar las preocupaciones internas de los ejecutivos de sus empresas.
Un amplio número de ellos cree que ha desatendido los negocios de SpaceX, Tesla, la empresa de inteligencia artificial xAI y la plataforma de redes sociales X. Por ejemplo, los directivos en la compañía automovilística, que ha caído un 15% en Bolsa, han revelado que estos últimos cinco meses su CEO apenas prestó atención a las operaciones cotidianas, se volvió un asiduo de las reuniones en remoto e incluso un miembro del consejo tuvo que cubrir habitualmente sus ausencias. Ahora le toca volver a lo que siempre se le ha dado mejor: ser empresario.
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