
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Carlos Aganzo
Sábado, 31 de mayo 2025, 00:02
Pienso que mi nombre / es mi ser, / y que no soy / sino mi nombre». O también: «Hablo sobre mí mismo porque yo soy / la medida ... del mundo. Que me perdonen». Eso escribió Gabriel Aresti (Bilbao, 1933-1975), precisamente en el momento en el que se decidió a romper con la rigidez simbólica del viejo clasicismo vasco para buscar un euskera nuevo, más abierto y sencillo, pero sin perder un ápice de profundidad. Una expresión que enseguida, vertida al castellano, se hizo poesía grande: canto que desde lo personal y lo local se convirtió en canto general. Aresti se fue demasiado pronto, apenas con 41 años, dejándonos la incógnita de hasta dónde podría haber llegado su obra. Una obra de regeneración que bien puede considerarse una de las más relevantes de las letras vascas del siglo XX.
Después de la escasa atención que la crítica prestó a su primera obra, 'Maldan Behera' (Cuesta abajo), encuadrada todavía en la estética simbolista, pero atravesada ya por sus lecturas de Nietzsche y T.S. Eliot, para Gabriel Aresti resultó fundamental acercarse a la poesía y al ejemplo vital de Blas de Otero, al que conoció en la tertulia bilbaína de La Concordia. «Es un coloso este Otero -escribió- el mejor poeta castellano desde que murió Salinas (…) Es de maravillar la forma en que va destilando su veneno por encima de censuras eclesiásticas y políticas». El impulso del autor de 'Ángel fieramente humano' fue determinante para que Aresti superara aquella primera frustración y se empeñara en la que sin duda constituye su obra toral: la trilogía de 'Harria' (La piedra). Un ciclo en el que el poeta de Bilbao pasó, según sus propias palabras, por un proceso de «protesta» que más tarde se hizo «contestación» y terminó desembocando en la «detestación» del franquismo.
La aparición de 'Harri eta herri' (Piedra y pueblo) en 1964 supuso una pequeña revolución en el panorama poético de la época. Una revolución que, en su siguiente entrega, 'Euskal harria' (La piedra vasca), chocó frontalmente con la censura: de los 120 poemas que iban a formar parte del libro, la censura solo permitió la mitad, denunciando, entre otras cosas, que el texto era un auténtico «canto a la rebeldía política». 'Euskal harria' apareció mutilado en 1967, así que el poeta trató de incluir algunos de los poemas eliminados en su siguiente libro, 'Harrizko herri hau' (Este pueblo de piedra), que se publicó en 1970, rescatando algunos de esos textos, pero dejando todavía 38 inéditos. Hasta el punto de que la serie completa, que hoy podemos leer en edición bilingüe en Visor (2020), tuvo que recurrir precisamente a los poemas que estaban en posesión del Archivo de la Censura.
La piedra de Aresti se convirtió enseguida en icono de la resistencia al franquismo, el régimen que el poeta nunca llegó a ver transformarse en democracia. Y en el signo de una obra entera, más allá de la poesía, que llevó al escritor a cultivar desde la novela hasta el periodismo, pasando por el teatro. Sin olvidar su trabajo como editor y, por supuesto, sus traducciones (Lorca, Valle-Inclán, Castelao, Eliot, Brecht, Joyce y hasta Boccaccio) al euskera.
Con Aresti, que cincuenta años después se lee con una maravillosa frescura, han cuajado en la poesía algunos de los grandes signos del imaginario colectivo vasco, empezando por la piedra y llegando hasta el árbol o la casa del padre. Siempre «utilizando su biografía para convertirla en una alegoría de carácter social», como escribe Jon Kortazar; una insignia donde ética y estética, expresión literaria y compromiso social son una misma cosa. Y rompiendo en su tiempo con cierto purismo lingüístico, impuesto desde Sabino Arana, en favor de una poesía más urbana, más clara y directa, que representaba lo que más tarde sería el triunfo del batua, el euskera unificado, del que Aresti sería firme defensor. El regreso a la espontaneidad de los bertsolaris y la antigua poesía popular, pero con un tono inequívocamente moderno.
Otra visión de la escritura, y de la lengua, que le convirtieron en un auténtico renovador. El testimonio de un bertsolari del siglo XX que, como él mismo escribió, jamás salió a la plaza; de un poeta que consideró la poesía al tiempo como piedra que resiste y como «martillo» que transforma. Y que dejó huella profunda en las generaciones posteriores. «Cosas llanas, / fáciles, / para que las comprenda todo el mundo, / tengo que decir; / apareceré / como el hombre / más tonto / de Vizcaya, / pero sin embargo / nadie / me meterá / el dedo / en la boca», escribió. Poesía, en todo caso, irreductible.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Investigan si el incendio de Puerto Real ha sido provocado
La Voz de Cádiz
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.